16 diciembre 2025

En busca de Dios...


 Querido amor, veo tu rincón de oración, tu biblia llena de marcadores, y frases resaltadas y te acompaño mentalmente en tu continua búsqueda de Dios.  Es curioso como tu camino iba tomando diversos rumbos. Me contabas siempre de como tu mamá era de ir a procesiones, rezar novenas y rosarios, y tú, como hijo mayor, eras su fiel acompañante. Imagino que todo esto dejó huella en ti. Eras un buscador incansable de cuanto te propusieras, y en esta, tu búsqueda de Dios, no fuiste menos perseverante.  

Solíamos ir a misa dominical en familia. Cuando los niños eran pequeños, íbamos a la misa de niños para que ellos no se aburrieran. Luego ello formarían parte de un grupo musical de niños en la parroquia alemana y ahí les acompañábamos cada domingo. Yo me fui acoplando y hasta la fecha, sigo asistiendo a esa parroquia.  En esa época empezaste a hacer visitas al Santísimo, y te volviste devoto.  Tenías turno para acompañarlo, y eras muy ferviente. Tu fe era admirable.

Luego de algunos años, te fuiste alejando de tus visitas, y empezaste a orarle a Dios desde casa.  De pronto empezaste a leer acerca del judaísmo y adoptaste muchas de sus celebraciones y ritos. Leías con ahínco la biblia, la misma biblia que fue de tu mamá y que aún hoy tiene un sitio especial en casa.  Ya no disfrutabas de salir a la calle, te fuiste aislando, y encontraste así tu manera de alabar a Dios y cultivar tu fe desde casa.  Habías empezado a tener episodios de olvidos y esto te asustaba.  En ciertos aspectos eras a veces como un jovencito. 

 Yo solía bromearte y decirte que eras mas papista que el papa. Eras muy estricto siguiendo costumbres antiguas al pie de la letra, y eso te hacia feliz. Ahora creo que te daban seguridad y certezas. Y yo, aunque a veces te cuestionaba o no lograba entender tus cambios, respetaba tu camino y te acompañaba en tus alabanzas. 

Alguna vez te dije que en realidad todo esto era externo y que Dios, tu verdadero Dios, habitaba ya en tu corazón. Me mirabas con ternura y sonreías, y seguías con tus ritos.  Me contabas siempre del gran banquete al que asistirías al irte de este mundo terrenal, y me consuela saber que ahí mismo llegaste a celebrar con tu buen Dios. Te extraño, te abrazo, y te amo siempre mi buscador incansable.