Querido amor, ayer estaba entrenando por el malecón e inesperadamente me encontré con Jean. Inmediatamente mi mente voló al 2017. Nos habíamos mudado de casa, de barrio, de vida, y salíamos a buscar un parque tranquilo que fuese nuestro lugar de trotar por las mañanas. Encontramos uno cerca y lo adoptamos como "nuestro parque". Era acogedor, con poco movimiento y nos íbamos cada mañana a entrenar antes de empezar nuestras actividades.
Fue así que conocimos a John y Jean, dos chicos venezolanos que habían venido a Perú en busca de oportunidad de trabajo. John era entrenador deportivo y de artes marciales, Jean estaba aprendiendo de él. Entablaste conversación con ellos y te animaste a probar de entrenar con ellos. Yo al comienzo no participaba, corría por mi cuenta y tú entrenabas. Te daba el alcance para volver juntos y John me invitaba a hacer con ustedes el cierre de la clase. Y así, poco a poco me fue convenciendo de unirme. Nació una fuerte amistad con ellos, los acompañábamos en sus vicisitudes en tierra extraña, en su soledad, y se formó un vínculo especial, como familia.
Con qué alegría entrenabas y aprendías. Descubrías cada día tus capacidades y tus habilidades y eso te hacía mucho bien. Fueron tiempos bonitos y favorables. Lamentablemente viajaron a Venezuela a renovar documentos poco antes del inicio de la pandemia y ya no pudieron volver. Pero su recuerdo y sus enseñanzas quedaron con nosotros.
Hoy Jean está nuevamente en Lima, me contó que las cosas siguen muy inestables por allá y decidió volver. Quería que le cuente todo de ti, qué pasó, cómo así te nos fuiste. Se apenó, recordó con mucho cariño al buen Rolando, al testarudo, al que le gustaba dar la contra y también al que cada día les deseaba "bendiciones abundantes" y los aconsejaba como a hijos. Me emocionó verlo, y me alegró compartir con él de ti. Fue lindo recordar esa faceta tuya. Te mando un gran abrazo y besos con amor.