Querido amor, hoy has estado todo el día en mi recuerdo. He seguido hora a hora la travesía que vivimos hace dos años. Difícil olvidar aquel 4 de enero en que te dio el infarto y pude acariciar tu rostro por última vez. Tus ojos cerrados, húmedos, pestañeando, me decían que me escuchabas, que sentías mi voz, mi compañía, mi amor, mi lucha entre pedirte que te quedes o dejarte partir. Aunque no dependía de mi, no sabía que pedir. Opte por rogar lo mejor para tí, aunque eso significase renunciar a ti, a tu compañía, a tu amor, a tu protección, a tu complicidad.
Siempre sentí que tu partida ocurrió el 4, y no el 11 cuando oficialmente tu corazón dejó de latir. Lamento mucho esa semana que estuviste internado, con los médicos luchando por retenerte y tú queriendo descansar. Quizás era el tiempo que necesitabas para liberarte y marchar. No me permitieron verte esos días y eso me duele mucho, que te hayas podido sentir solo. Pero tu alma sabe que mi alma estuvo contigo en todo momento.
A puertas de celebrar nuestro 40 aniversario te marchaste, sin equipaje, con sueños pendientes, planes, proyectos, amor del bueno. La luz te esperaba, te acogía, te daba descanso de tanto dolor. Y sentí que fue lo mejor para ti. Tuve que aceptar, renunciar y dejarte ir. Extraño tus abrazos, tu mano cálida que envolvía la mía y me daba seguridad, nuestros juegos, nuestras bromas. Eso bonito que habíamos logrado mantener vivo pese al tiempo.
Perdona este momento de tristeza, estas lágrimas que hoy no se quieren detener. Necesitaba este desahogo. Te prometo retomar mañana la entereza y continuar con alegría y fortaleza mi camino.
Te amo mucho, y siempre te llevo en mi corazón. Te beso con amor.
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